El preludio de esta actividad fué desarrollado un día de Julio de 2005 en que se conjugaron dos circunstancias atenuantes en cualquier juicio, fiestas del pueblo y consumo masivo de cervezas (siempre fuente de inspiración). Mientras una tras otra las birras iban matándonos neuronas y nuestros planes se tornaban cada vez más increíbles (y la lengua más patosa…) a Justo se le ocurrió que podíamos hacer el cañón éste de marras ya que el acercamiento es inmediato, el descenso es bastante rápido y el retorno idem, así que con el caliente de la noche dejamos todo de lado, menos las rubias, y nos pusimos a organizar el tinglao: que si llevamos dos cuerdas de veinte, que si ponemos una cuerda fija por si hay que escapar como perros, que si nos metemos con material de equipar, etc, etc. El plan estaba materializado, solo quedaba cargar el material y tirar para allá, aunque a ninguno se nos ocurrió una excusa plausible para levantar el culo del chigre y dormir un ratín…
En fin, que al día siguiente con un sol radiante y una considerable resaca quedamos en el local del grupo para cargar los bártulos y salir hacia el desfiladero de los Beyos. Durante el trayecto vamos fijándonos en el caudal del rio Sella intentando hacernos una idea de lo que vamos a encontrar allí dentro, puesto que la información que tenemos nos indica que es un cañón muy sensible a las variaciones de caudal, haciéndolo solo practicable en épocas muy puntuales del año, así que no las teníamos todas con nosotros. A medida que nos vamos acercando a la parte leonesa del desfiladero y el rio se va engorgando cada vez más, los nervios y la impaciencia por ver el monstruo se acrecentan y tengo que parar antes de llegar a destino pa soltar una señora meada. Por fin se abren las fauces de los beyos y aparcamos en lo que antiguamente era la venta de Cobarcil. En este punto la tensión es notoria, no en vano el cañoncete está catalogado como uno de los descensos más difíciles de Asturias (y eso que pertenece a León). Se trata de un pequeño barranco que salva un desnivel de 40 m en un trayecto de poco más de 800 m, por lo que a simple vista no transmite mucha preocupación. Lo que si que da miedo es la bestiada de agua que se canaliza en un pasillo estrecho, tan estrecho que en ocasiones hay menos de medio metro de pared a pared, y que da sentido al término aguas vivas.
Una de las pocas cosas coherentes que ese día hicimos fué intentar comprobar el caudal siguiendo las instrucciones de una guía de descensos. Según este libro hay una pequeña plancha inclinada de roca en uno de los márgenes, justo antes de iniciarse el cañón, sobre la que siempre circula una lámina de agua que proviene del rebosamiento del cauce. Al parecer, si este nivel sobrepasa cuatro dedos de espesor, mejor olvídate y vete a tomar algo… pero ahí estabamos nosotros con nuestra inteligencia superior, localizamos la plancha y ¡carajo! Cada vez que poníamos los cuatros dedos, el agua, por física elemental terminaba de sobrepasar los cuatro, la mano entera, el pie o lo que hubieramos puesto. Tras una pequeña deliberación decidimos la opción más prudente…¡al lío!, así que sin más nos ponemos la indumentaria y los trastos adentrándonos en el agua unos cien metros antes del comienzo e ir metiéndonos en faena. Ya de mano, a pesar de que en este punto el ancho del cauce es de aproximadamente ocho metros, la fuerza de la corriente se hace notar de lo lindo, por lo que barruntamos una bajada cuanto menos “alegre”. En seguida alcanzamos la primera instalación de rapel (dos antiguos anclajes unidos por un cable), mientras alucinamos con el poderoso surtidor de agua que se proyecta hacia el interior del cañón y pensamos que en breves momentos tendremos que lidiar con semejante toro. Con la patata ya a doscientos montamos una cuerda de veinte metros y a echándolo a suertes le toca a Justo bajar primero. Un apretón de manos y unos cuantos cagamentos para animarnos y el oveya inicia el descenso arrimándose todo lo que pueda a la orilla derecha para evitar la zona de mayor energía del río y evitar que lo tire. Al minuto desaparece de mi vista y pasan unos segundos tremendos en los que no me como la capucha de milagro…hasta que escucho la débil voz de Justo avisándome de que la cuerda ya esta libre. Pongo la cuerda en el descensor y antes de bajar lanzo una plegaria al aire, ahora ya no hay nervios, la concentración es máxima y mido cada paso que doy aún cuando la corriente lucha por derribarme con todas su ganas (es increíble sentir como te oprime la lámina de agua, parece que te apisona un tractor). En seguida me planto en el borde de una ruptura de la pendiente del rapel, me esperan unos metros volados con todo el río Sella, sin tocarme, pasando por encima de mí con una presión bestial y un rugido ensordecedor. A esta primera sala en la que me reúno con mi hermano la denominan la sala del grito, un nombre apropiado no se si por el estruendo del río o por los gritos de liberación que lanzamos Justo y yo cuando nos reunimos y que me imagino harán otros barranquistas cuando vencen esa primera dificultad y no queda otra que avanzar.
Una vez desahogados, observamos una primera marmita de profundas y verdes aguas, más adelante se vuelven a encauzar y empezarán nuevas dificultades. Sin más tardanza procedemos a recoger la cuerda y aquí empiezan los problemas. Al tirar de uno de los cabos, la fuerte corriente nos riza la cuerda y forma un nudo, por lo que somos incapaces de sacar la cuerda de la instalación de rappel. Ya desesperados porque no llevabamos más repuesto que un cordino auxiliar de ocho metros (ole nuestros cojonazos), hacemos un polipasto de fortuna y entre los dos nos ponemos a tirar como burros a ver si por algún casual pasaba el nudo por la instalación o bien petábamos la misma…resultado: ni uno ni lo otro…Una sarta de cagamentos de lo más variopinto después, valoramos las opciones que tenemos, por un lado podríamos cortar toda la cuerda posible e intentar salir lo mejor que pudieramos (eso sin saber con precisión que nos íbamos a encontrar más adelante) o forzar un supuesto escape ubicado unos cuantos metros más abajo, aquí es donde hago hincapié en que nunca se puede uno fiar de la bibliografía al cien por cien porque, después de sortear unos rápidos, localizamos el escape y comprobamos en nuestras pieles, después de unos metros de delicada trepada, que era del todo imposible si no instalas una cuerda desde la carretera antes de meterte en el cañón. Ahí estabamos nosotros con cara de palo, tranquilos eso sí (no es ni será la última vez que la liemos) descansando y rumiando nuestra mala suerte. Una vez recuperados remontamos hacia la marmita inicial para cortar el máximo de metros de cuerda y encomendarnos a los dioses… Esto suena sencillo pero la odisea del retorno dada la fuerza de la corriente y lo resbaloso de la roca nos dejó exhaustos, de hecho, dimos gracias al cielo por tratarse de un cañón muy estrecho, lo que nos permitió avanzar en oposición en los puntos más conflictivos. Pudimos pillar unos trece/catorce metros de cuerda que junto con los ocho metros de cordino auxiliar nos concedería la gracia de superar cortos, cortitos resaltes y recalco que no sabíamos lo que nos quedaba exactamente…
Nos lanzamos al agua y desandamos el camino hasta la zona del escape, en este punto el agua vuelve a canalizarse con una fuerza brutal en un pasillo bastante inclinado de poco más de cuarenta centímetros de ancho. En la cabecera de este resalte apenas se podía estar de pié y mucho menos levantar uno para moverse… La situación en este punto no era muy halagüeña, no existía instalación alguna para intentar el descenso asegurado (al contrario que indicaba la guía…esto no nos exime de culpa ya que pasamos de coger el material de equipación, ni un triste clavo. Como porteábamos tanto peso…) y la única posibilidad en nuestras circunstancias era saltar a una gingantesca oquedad situada a la izquierda orográfica del río pero de un acceso delicado por encontrarse a una altura complicada de superar si no dispones de agarres y apenas puedes coger impulso con una pequeña carrerilla. Lo único positivo es que podíamos ver una cuerda pasada por un bloque de piedra en el extremo de ese hueco aguas abajo, lo que nos hacía suponer que ese era el camino correcto. Así que el plan era el siguiente, Justo, como es el más delgado, intentaría el salto y una vez superado le pasaría nuestra mutilada cuerda, la fijaría y yo pasaría remontándome por ella… como nunca sale nada como lo planeas, sucedió lo peor que podía pasar, mi hermano no pudo asirse a nada después del salto y se lo llevó el agua a una velocidad desmedida y directo hacia un nuevo salto de agua del que no parecía que le iba a librar nadie. Para mi fortuna y sobretodo para la de él, la contracorriente de la zona de recepción previa al siguiente salto le alejo del borde y lo dejó en una zona de aguas más tranquilas al otro lado del cabrón chorro (derecha orográfica), lo que le impedía cruzar hacía la oquedad donde se hallaba la instalación de rapel salvadora. Sin más tardanza le suelto un cabo de la cuerda y con nada a la que anclarla de forma natural, la fijo a mi cuerpo y me afianzo lo mejor posible, le pego un grito para que pase al otro lado ayudándose de ésta y procede a ello mientras aguanto los tirones con la mejor cara posible. Ya en el otro lado del chorro trepa hacia la enorme oquedad aislado del agua y, con la cara visiblemente más animada, se dirige hacia la cuerda que rodea el bloque de piedra de la siguiente instalación donde coloca la cuerda asegurando mi bajada con el descensor. Me meto en el meollo del asunto y de inmediato la corriente me lanza aguas abajo cual escupitajo a presión, la diferencia es que voy agarrado como una lapa y llego la parte inferior indemne y habiendo disfrutado el improvisado tobogán. ¡Que poco duran los momentos chungos cuando haces lo que te gusta! Nos volvemos a juntar y después de comentar la jugadita, más bien jugarreta…continuamos camino. Medio destrepamos-rapelamos desde el bloque de marras, unos seis u ocho metros y todavía sin tocar agua comprobamos que de haber caído por la cascada anterior el resultado hubiera sido bastante desagradable. Nuestro siguiente e inmediato obstáculo es una ruidosa cascada de la que nos es imposible averiguar la altura de caída debido a la potencia de la corriente que impide asomarse, solo se intuye una recepción de buen tamaño y donde parece haber bastante profundidad. Por otro lado la instalación para poner la cuerda se encuentra completamente inservible seguramente debido a las crecidas primaverales, así que buscamos por todos lados un sitio para poner la cuerda que nos permita bajar con seguridad y a la vez poder recogerla posteriormente con facilidad. Para variar no encontramos nada de nada siguiendo la tónica del día, así que valoramos la posibilidad de hacer una especie de salto-tobogán. Sin dudarlo un segundo y no dar tiempo a las dudas, dejo a mi hermano con la palabra en la boca y me lanzo a lo desconocido. Nada más tomar contacto con el agua esta me lleva en volandas sobre un suave tobogán hasta soltarme en un pequeño salto, la energía en este punto es tal que me sumerge durante un rato mientras me hacen un centrifugado de campeonato, no siento miedo por que enseguida la corriente interna del rebufo me saca a zonas más calmas. La sensación es de euforia total y le grito a Justo que se lance que es una pasada. En menos de cinco segundos tengo al oveya pegado a mí y con la misma cara de flipao que yo. Avanzamos ahora con bastante rapidez cruzando largas y profundas badinas dejando que la corriente nos lleve, el agua está bastante fría pero la adrenalina soltada hasta ahora y la mirada constante a posibles obstáculos minimizan esa sensación. Pasados estos minutos de tranquilidad notamos como la velocidad se incrementa sensiblemente, avisándonos de la presencia de un nuevo problema el cual observamos desde una zona resguardada del ímpetu del río. Se trata de una cascada de unos diez metros de desnivel, poco vertical pero con una corriente imposible de superar, por supuesto no hay instalación pero de todas formas decidimos destrepar desde el punto en que nos encontramos evitando la vena principal. Una vez superada la recepción de esta cascada retomamos a aguas más tranquilas y profundas de nuevo. Sabemos que no falta mucho para terminar y disfrutamos del paisaje en toda su gloria, paredes altísimas y pasillos estrechos se conjugan para darnos una sensación de lejanía respecto a todo y de sobrecogimiento ante la colosal fuerza del agua, capaz de atravesar y tallar ese macizo rocoso como si fuera plastilina. Así de entusiasmados alcanzamos la cabecera de una cascada preciosa, casi no se ve el cielo y las paredes de roca parece que nos envuelven con sus formas ahuecadas por la erosión. Por una vez tenemos suerte y uniendo la cuerda cortada y el cordino auxiliar llegamos al fondo del salto sin ningún contratiempo. Desde allí observamos asombrados como en una gravera situada en uno de los márgenes desaparece una buena parte del caudal que lleva el río para aparecer, otra vez con, fuerza unas decenas de metros más adelante. Seguimos maravillados con el salvaje paisaje que nos brinda el Sella a través de unas badinas ya sin dificultad alguna, más que la de dejarte llevar por la continua corriente hasta toparnos de morros con el último rapel de la mañana, éste tiene un acceso delicado, flanqueando una lisa y mojada llambria que nos deja en otra antigualla de instalación, pero por lo menos consigue alejar el tiro de la cuerda del tremendo rebufo que observamos unos nueve metros más abajo en un estrechísimo pasillo. Una vez superada la última dificultad del día solo nos resta unos centenares de metros por estrechas y bellas badinas, donde los comentarios empiezan a centrarse en uno de nuestros temas favoritos… el jale y más jale. Poco a poco las aguas nos van dejando, famélicos eso sí, en una zona más abierta donde domina el bosque sobre la roca y ya metidos en aguas poco profundas. En cuestión de minutos nos encontramos con un pedrero de bastante pendiente a la orilla derecha que nos deja a pié de carretera en menos de diez minutos.
Ahora solo queda saborear la aventura, nos abrazamos y saltamos locos de alegría por superar un nuevo reto, ya de por sí difícil, condimentado por nuestros errores y nuestra mala pata. Cabe decir que por posteriores visitas a la zona, creemos que el caudal de bajada estuvo en el límite o muy cerca de tal, de estar impracticable.
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