Una vez perfilado el plan, marcamos un primer intento para el día 22 de Junio, y digo intento, porque no llegamos a ni a oler el agua. El caso es que la remontada por el monte hasta empatar con el camino oficial se convirtió en una penosa subida por un inestable canchal, para luego terminar trepando por una canal-chimenea bastante verticalilla y exigente que nos dejó bien calentitos. De lo malo, las vistas eran privilegiadas y pudimos constatar ya, la presencia de al menos tres cascadas de importantes dimensiones… ¡Adiós a la relajada jornada dominical! Durante uno de los breves descansos que nos concedió la puñetera pared rocosa y mientras disfrutábamos de esas vistas, nos dimos cuenta de que ese día no iba a ser propicio para el descenso. La cabecera de una de las cascadas observadas soltaba agua a borbotones irregulares, como si la acumulara y en determinado momento fuera evacuada con fuerza al exterior. Esto nos dio que pensar acerca del caudal, para encima, tanto Justo como yo tuvimos sueños agitados esa noche relacionados con crecidas de agua, ¡Vaya coincidencias!, ¿Sería una advertencia del destino?, ¿Visiones premonitorias? ¿Íbamos a morir sin descendencia (y con eso me ciño al tema del relato y no a lo de la paternidad)? De cualquier forma y a una indicación de nuestros esfínteres, optamos por abandonar todas nuestras ansias de cañón y decidimos continuar hacia la parte alta del río, para valorarlo en toda su envergadura y posponer el descenso en otra fecha donde la cantidad de agua fuera más asequible a una primera toma de contacto.
Terminamos de superar la barrera rocosa y por fin damos con el camino principal, nuestro verdadero objetivo desde que empezó el día. En pocos minutos nos adentramos en una hermosa viesca de la que disfrutamos durante un breve trecho aunque nos impida la visión del arroyo que burbujea por debajo. Son unos cientos de metros hasta que camino y torrente se unen señalando la referencia de entrada al agua. Con la miel en los labios, no nos queda más remedio que volver sobre nuestros pasos y como nos sobraba mucho tiempo, continuamos por el camino, evitando tener que destrepar por la canal-chimenea y así de paso comprobar como sería el acceso de esta manera. Resultó un paseo muy grato. Un camino, empedrado en ocasiones, pero muy bien marcado, te adentra en una zona boscosa donde solo te falta sorprender a un Trasgu o a un Duende en cualquier recodo. De forma gradual, el bosque da paso a pastizales y cabañas parcialmente abandonados y en poco tiempo topamos de bruces con un cruce de caminos, de modo que o sigues hacia el Norte en dirección a la Focella o tomas el desvío que sale por la derecha, en un giro de 180º, retornando hacia el bosque que quedó atrás y donde nos espera el coche después de unos veinte minutos de ligero pateo.
Esta primera incursión sirvió para darnos cuenta de que la empresa iba a ser un poco más intensa y que gracias a la variante de retorno empleada, aclararnos el camino de subida.
Volvimos al ataque casi un mes después. Con el tiempo más estabilizado calculamos que el arroyo no estaría muy cargado con lo que las expectativas de embarque disminuirían en gran porcentaje. Con la moral alta y conocedores del camino de acceso, nos plantamos en una hora y cuarto en el punto de entrada al río. Nos cambiamos, preparamos el material y después de hidratarnos un poco (si señores, esta vez sí, llevábamos agua y barritas energéticas…. ¡Oooolé!) comenzamos la partida.
En el inicio van sucediéndose resaltes de poca envergadura que se solucionan a base de destrepes más o menos comprometidos o anclando alguna cuerda a los numerosos árboles que acompañan nuestro divagar por esta parte del río. También disfrutamos de algunos toboganes que amenizan aún más, si cabe, este tramo superior mientras nos acercamos paulatinamente hacia la potente capa cuarcítica, donde la brega se intensificará acorde al nivel de los obstáculos. La explicación a esto radica en la naturaleza de los materiales por los que discurre el torrente. El arroyo Carbacedo en el que nos andábamos metidos, nace en una pequeña cuenca receptora de las aguas provenientes de la Sierra del mismo nombre (que en esa zona hace de límite Este de la braña La Mesa), sobre un sustrato impermeable (pizarras y areniscas ferruginosas). Aquí, la infiltración del agua es prácticamente inexistente y casi todo lo que entra busca su camino hacia la vertiente tevergana. En su devenir, las aguas canalizadas topetan con la potente banda cuarcítica, más dura y difícil de horadar, pero, con la traza ya marcada y a falta de materiales más blandos por los que buscar una salida, al agua no le queda más remedio que atravesar este macizo. Intercalaciones pizarrosas en la formación cuarcítica, pequeños pliegues y fallas de poca envergadura generan las importantes cascadas con las que tuvimos que lidiar.
Ya encarados con el primer resalte de importancia localizamos los vestigios de los primeros equipadores, dos clavos ferruñosos que hablan de épocas ye-ye (¿Neoprenos de pata de elefante?) y en él que únicamente cambiamos el cordino, y es que cuando nos sale la vena ratilla lo aprovechamos todo… en fin, que le vamos a hacer, somos fieles devotos a la virgen del Puño Cerrao. Quince metros por debajo, enlazamos con otra cascada cuya instalación se encuentra en un árbol situado a la izquierda orográfica, de manera que se evita el tiro del agua (ésta de 12 metros). Progresamos rápidamente por un tramo que solo presenta un pequeño resalte, destrepable y un tobogán de tres metros. A partir de aquí comienzan las negociaciones duras. Asomamos a una marmita colgada sobre un abismo, que desde esa posición nos pareció tratarse de la cascada más grande del conjunto…. ¡Ah, ilusos!
Buscamos la mejor manera de acceder a la cabecera pero la cosa pinta fea puesto que el acceso tiene forma de tobogán y, aunque presenta una zona protegida a la izquierda, el destrepe puede acabar en un salto de 26 metros… Como no nos molan los dentistas, salimos del cauce por la parte izquierda y subimos unos metros hasta localizar un arbolito de confianza y bien situado, donde instalar una cuerda y acceder a la marmita en condiciones. Ponemos una cuerda de diez metros, que a la postre sería el anclaje principal del cual rapelaríamos toda la cascada y nos acomodamos en la repisa de marras. Elucubramos la mejor forma de equipar la cascada y siguiendo la tendencia de los cuerpos a la mínima energía y tras haber jodido uno de los espitadores caseros que llevábamos, aprovechamos los diez metros para anclar en su extremo otra cuerda y usar aquel arbolito como seguro de vida. Disfrutamos de una bajada preciosa sobre un gran circo que nos recibe con los helechos abiertos. Es increíble la explosión de vida, sobretodo vegetal, de la que somos favorecidos espectadores. Vimos helechos que probablemente apenas han evolucionado desde el Terciario, centenares de especies de plantas en un espacio reducidísimo… más parecía que nos encontrábamos en el trópico que en el hemisferio Norte. Con el chute clorofílico inundando las retinas, retomamos la acuática senda en un giro de prácticamente 90º a la izquierda, siguiendo los planos de estratificación entre dos potentes capas cuarcíticas, a causa de lo cual el arroyo se encaja durante un corto trayecto. Pasado éste se vuelve a producir un brusco giro a la derecha y las aguas se precipitan con fuerza hacia otra alborotadora cascada. De nuevo pasamos de usar las mazas y nos inclinamos a buscar árboles (como los monos), también en el margen izquierdo y ya de paso intentar observar lo que nos esperaba por abajo. Desde esa zona montamos un rápel de 26 metros que atraviesa el cauce hasta llegar a una gran repisa inclinada desde donde se aprecia un nuevo salto de agua y esta vez, sin miedo a equivocarnos, nos dimos cuenta que se trataba de la gran cascada. Antes de soltarnos de la cuerda, guiamos el descenso hacia la parte derecha, para anclarnos a un pasamanos equipado con clavos. Gracias a él, puedes situarte en la parte menos expuesta al agua de esa gran repisa que conforma la cabecera de este enorme desnivel. Paladeamos el improvisado mirador con unas vistas sobrecogedoras. En primer plano, una ancha lámina de agua desaparece a nuestros pies como por arte de magia y al levantar un poco la mirada se emplasta sobre ella el magnifico bosque tevergano, un tupido manto verde sobre el que se destaca la potente Sierra de la Sobia con sus agrestes y coloridas paredes custodiando el solariego pueblo de Villa del Sub.
El pasamanos desemboca en el borde del salto de agua y consideramos que la instalación, pese a llevar mucho tiempo a la intemperie, está en condiciones de uso para asegurar la bajada desde allí. La duda era sí uniendo las dos cuerdas de 50 que portábamos serían suficientes para salvar el desnivel o por el contrario deberíamos fraccionar en algún punto intermedio. Así que como dicen; “despacio y con buena letra” acometemos este gran rápel. El tiro de la cuerda, de mano, es limpio y evita por la parte derecha la mayor concentración de agua, lo que nos permite observar los pasos que vamos dando y las opciones que ofrece la cascada en caso de instalar una nueva reunión. Casi a mitad de descenso localizamos unos anclajes en una ruptura de la pendiente. Presentan un estado lamentable con una gran porción de agua cayendo sobre ellos, por lo que desistimos de pararnos allí y continuamos a bingo. Por fin nuestra curiosidad se ve satisfecha al salir de esa repisa y ver como los cabos de las cuerdas cuelgan a dos metros por encima de la marmita de recepción, sobre unos bancos de roca por donde podemos destrepar sin ningún problema. Somos conscientes de que falta muy poco para finalizar nuestra aventura y paramos un momento para disfrutar del enorme espectáculo. Muy animados y revitalizados por lo bien que se nos está dando el cañón y por la belleza de éste, enfilamos hacia la última cascada y final de trayecto. Son 30 metros (desde un árbol situado a la izquierda) sobre una rampa cubierta de agua y verde que plácidamente nos deja al comienzo de una senda que, partiendo desde la izquierda (hoy va todo de izquierdas) y en paralelo al torrente, nos lleva hasta el coche en menos de 20 minutos.
En resumen, el cañón consta de nueve rápeles, para totalizar unos trescientos metros de desnivel en ochocientos de longitud. Es de carácter abierto, de respuesta rápida en caso de fuertes precipitaciones (debido a su cuenca impermeable) y bastante técnico, por lo que nuestra intención es retornar para reequiparlo de forma que se pueda realizar el descenso con un mayor caudal y darle mayor brío ahora que ya lo conocemos. Un magnífico Domingo, sin duda.
Terminamos de superar la barrera rocosa y por fin damos con el camino principal, nuestro verdadero objetivo desde que empezó el día. En pocos minutos nos adentramos en una hermosa viesca de la que disfrutamos durante un breve trecho aunque nos impida la visión del arroyo que burbujea por debajo. Son unos cientos de metros hasta que camino y torrente se unen señalando la referencia de entrada al agua. Con la miel en los labios, no nos queda más remedio que volver sobre nuestros pasos y como nos sobraba mucho tiempo, continuamos por el camino, evitando tener que destrepar por la canal-chimenea y así de paso comprobar como sería el acceso de esta manera. Resultó un paseo muy grato. Un camino, empedrado en ocasiones, pero muy bien marcado, te adentra en una zona boscosa donde solo te falta sorprender a un Trasgu o a un Duende en cualquier recodo. De forma gradual, el bosque da paso a pastizales y cabañas parcialmente abandonados y en poco tiempo topamos de bruces con un cruce de caminos, de modo que o sigues hacia el Norte en dirección a la Focella o tomas el desvío que sale por la derecha, en un giro de 180º, retornando hacia el bosque que quedó atrás y donde nos espera el coche después de unos veinte minutos de ligero pateo.
Esta primera incursión sirvió para darnos cuenta de que la empresa iba a ser un poco más intensa y que gracias a la variante de retorno empleada, aclararnos el camino de subida.
Volvimos al ataque casi un mes después. Con el tiempo más estabilizado calculamos que el arroyo no estaría muy cargado con lo que las expectativas de embarque disminuirían en gran porcentaje. Con la moral alta y conocedores del camino de acceso, nos plantamos en una hora y cuarto en el punto de entrada al río. Nos cambiamos, preparamos el material y después de hidratarnos un poco (si señores, esta vez sí, llevábamos agua y barritas energéticas…. ¡Oooolé!) comenzamos la partida.
En el inicio van sucediéndose resaltes de poca envergadura que se solucionan a base de destrepes más o menos comprometidos o anclando alguna cuerda a los numerosos árboles que acompañan nuestro divagar por esta parte del río. También disfrutamos de algunos toboganes que amenizan aún más, si cabe, este tramo superior mientras nos acercamos paulatinamente hacia la potente capa cuarcítica, donde la brega se intensificará acorde al nivel de los obstáculos. La explicación a esto radica en la naturaleza de los materiales por los que discurre el torrente. El arroyo Carbacedo en el que nos andábamos metidos, nace en una pequeña cuenca receptora de las aguas provenientes de la Sierra del mismo nombre (que en esa zona hace de límite Este de la braña La Mesa), sobre un sustrato impermeable (pizarras y areniscas ferruginosas). Aquí, la infiltración del agua es prácticamente inexistente y casi todo lo que entra busca su camino hacia la vertiente tevergana. En su devenir, las aguas canalizadas topetan con la potente banda cuarcítica, más dura y difícil de horadar, pero, con la traza ya marcada y a falta de materiales más blandos por los que buscar una salida, al agua no le queda más remedio que atravesar este macizo. Intercalaciones pizarrosas en la formación cuarcítica, pequeños pliegues y fallas de poca envergadura generan las importantes cascadas con las que tuvimos que lidiar.
Ya encarados con el primer resalte de importancia localizamos los vestigios de los primeros equipadores, dos clavos ferruñosos que hablan de épocas ye-ye (¿Neoprenos de pata de elefante?) y en él que únicamente cambiamos el cordino, y es que cuando nos sale la vena ratilla lo aprovechamos todo… en fin, que le vamos a hacer, somos fieles devotos a la virgen del Puño Cerrao. Quince metros por debajo, enlazamos con otra cascada cuya instalación se encuentra en un árbol situado a la izquierda orográfica, de manera que se evita el tiro del agua (ésta de 12 metros). Progresamos rápidamente por un tramo que solo presenta un pequeño resalte, destrepable y un tobogán de tres metros. A partir de aquí comienzan las negociaciones duras. Asomamos a una marmita colgada sobre un abismo, que desde esa posición nos pareció tratarse de la cascada más grande del conjunto…. ¡Ah, ilusos!
Buscamos la mejor manera de acceder a la cabecera pero la cosa pinta fea puesto que el acceso tiene forma de tobogán y, aunque presenta una zona protegida a la izquierda, el destrepe puede acabar en un salto de 26 metros… Como no nos molan los dentistas, salimos del cauce por la parte izquierda y subimos unos metros hasta localizar un arbolito de confianza y bien situado, donde instalar una cuerda y acceder a la marmita en condiciones. Ponemos una cuerda de diez metros, que a la postre sería el anclaje principal del cual rapelaríamos toda la cascada y nos acomodamos en la repisa de marras. Elucubramos la mejor forma de equipar la cascada y siguiendo la tendencia de los cuerpos a la mínima energía y tras haber jodido uno de los espitadores caseros que llevábamos, aprovechamos los diez metros para anclar en su extremo otra cuerda y usar aquel arbolito como seguro de vida. Disfrutamos de una bajada preciosa sobre un gran circo que nos recibe con los helechos abiertos. Es increíble la explosión de vida, sobretodo vegetal, de la que somos favorecidos espectadores. Vimos helechos que probablemente apenas han evolucionado desde el Terciario, centenares de especies de plantas en un espacio reducidísimo… más parecía que nos encontrábamos en el trópico que en el hemisferio Norte. Con el chute clorofílico inundando las retinas, retomamos la acuática senda en un giro de prácticamente 90º a la izquierda, siguiendo los planos de estratificación entre dos potentes capas cuarcíticas, a causa de lo cual el arroyo se encaja durante un corto trayecto. Pasado éste se vuelve a producir un brusco giro a la derecha y las aguas se precipitan con fuerza hacia otra alborotadora cascada. De nuevo pasamos de usar las mazas y nos inclinamos a buscar árboles (como los monos), también en el margen izquierdo y ya de paso intentar observar lo que nos esperaba por abajo. Desde esa zona montamos un rápel de 26 metros que atraviesa el cauce hasta llegar a una gran repisa inclinada desde donde se aprecia un nuevo salto de agua y esta vez, sin miedo a equivocarnos, nos dimos cuenta que se trataba de la gran cascada. Antes de soltarnos de la cuerda, guiamos el descenso hacia la parte derecha, para anclarnos a un pasamanos equipado con clavos. Gracias a él, puedes situarte en la parte menos expuesta al agua de esa gran repisa que conforma la cabecera de este enorme desnivel. Paladeamos el improvisado mirador con unas vistas sobrecogedoras. En primer plano, una ancha lámina de agua desaparece a nuestros pies como por arte de magia y al levantar un poco la mirada se emplasta sobre ella el magnifico bosque tevergano, un tupido manto verde sobre el que se destaca la potente Sierra de la Sobia con sus agrestes y coloridas paredes custodiando el solariego pueblo de Villa del Sub.
El pasamanos desemboca en el borde del salto de agua y consideramos que la instalación, pese a llevar mucho tiempo a la intemperie, está en condiciones de uso para asegurar la bajada desde allí. La duda era sí uniendo las dos cuerdas de 50 que portábamos serían suficientes para salvar el desnivel o por el contrario deberíamos fraccionar en algún punto intermedio. Así que como dicen; “despacio y con buena letra” acometemos este gran rápel. El tiro de la cuerda, de mano, es limpio y evita por la parte derecha la mayor concentración de agua, lo que nos permite observar los pasos que vamos dando y las opciones que ofrece la cascada en caso de instalar una nueva reunión. Casi a mitad de descenso localizamos unos anclajes en una ruptura de la pendiente. Presentan un estado lamentable con una gran porción de agua cayendo sobre ellos, por lo que desistimos de pararnos allí y continuamos a bingo. Por fin nuestra curiosidad se ve satisfecha al salir de esa repisa y ver como los cabos de las cuerdas cuelgan a dos metros por encima de la marmita de recepción, sobre unos bancos de roca por donde podemos destrepar sin ningún problema. Somos conscientes de que falta muy poco para finalizar nuestra aventura y paramos un momento para disfrutar del enorme espectáculo. Muy animados y revitalizados por lo bien que se nos está dando el cañón y por la belleza de éste, enfilamos hacia la última cascada y final de trayecto. Son 30 metros (desde un árbol situado a la izquierda) sobre una rampa cubierta de agua y verde que plácidamente nos deja al comienzo de una senda que, partiendo desde la izquierda (hoy va todo de izquierdas) y en paralelo al torrente, nos lleva hasta el coche en menos de 20 minutos.
En resumen, el cañón consta de nueve rápeles, para totalizar unos trescientos metros de desnivel en ochocientos de longitud. Es de carácter abierto, de respuesta rápida en caso de fuertes precipitaciones (debido a su cuenca impermeable) y bastante técnico, por lo que nuestra intención es retornar para reequiparlo de forma que se pueda realizar el descenso con un mayor caudal y darle mayor brío ahora que ya lo conocemos. Un magnífico Domingo, sin duda.
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