La ignorancia es una fiel compañera de viaje del ser humano, cuida de ti y te hace indemne a los embates de la adversidad, guía tus pasos infinidad de veces y te aconseja en la toma de grandes decisiones (vean sino la cara del coleguilla Bush… ni un rictus de arrepentimiento en su hermética cara durante todo el mandato), pues bien, esto ocurre hasta que la muy puta decide mostrar su verdadera cara y te la mete doblada hasta los higadillos… ¡Buf!, ¡Vaya ostia en la rodilla!, En menudas divagaciones andas pin, centra un poco y mira lo que tienes entre manos, a ver si la liamos y acabamos en el hospital chupando sueros (habrá cosa mejor que esta tenebrosa soledad para disparar la imaginación… No se, a lo mejor la cerveza), así que termina de remontar este puñetero pozo, el último ¡Por fin!, antes de volver a la civilización. ¡Qué diantres! (siempre quise escribir ésto), no voy a ser yo el que reniegue de un viajecito al pasado, ¿Quién nos apura, no?, pues eso, voy a permitirme un receso entre pedalada y pedalada hacia la luz y hablaros acerca de aquel primer pozo unos cuantos años atrás… aquella primera vertical seria y todo un océano de ignorancia entre el fondo del susodicho y la superficie… pero déjenme, déjenme ordenar un poco el telar que tengo debajo del casco y, ya de paso, tomar un poco de aliento que buena falta me hace y Justo, espatarrado al sol unos veinte metros por encima de mí, seguro que no me echa de menos.
En aquella época apenas disponíamos de información cuevil, Cueva Huerta, algo por el Aramo y poco más, aunque tampoco nos importaba demasiado, ya que estábamos metidos de lleno en la escalada y el descenso de barrancos como para que nos inquietara mucho esta carencia. Tiempo después, no sé cuanto que mi memoria a largo plazo está de viaje y la de corto… bueno, nunca tuve el placer de conocerla, apareció mi hermano todo eufórico, con la noticia de una sima virgen en un pequeño pueblo de Belmonte (Ondes). Un compañero suyo de trabajo, Faru, le comentó la existencia de un famoso y legendario pozo, el Pozo La Cogolla, el típico agujero con pastorina defenestrada dentro y repleto de oro de los franceses. El caso es que teníamos algo entre manos lo suficientemente interesante como para no dejar pasar la ocasión de hacerle una visita de cortesía.
La localización y un tanteo inicial se lo comió Justo apoyado por Faru. Yo no recuerdo donde andaba ese día pero en cuanto me enteré del potencial aunamos fuerzas para conquistar sus tesoros.
Algunos fines de semana después nos presentamos en el pueblo todo gallitos y tras el obligado (y más que obligado) desayuno que nos preparó la madre de Faru procedimos a la búsqueda de la sima. No fue difícil dar con ella, a pesar de la abusiva cantidad de maleza antipantorrilla desarrollada desde entonces y que nos acompañó durante todo el recorrido. De forma repentina, el pozo La Cogolla mostró sus oscuros encantos sobre la densa cubierta vegetal, presentando un diámetro más que considerable, lo que suponemos lo hizo y hace funcionar como una trampa natural para despistados. Un delicado acceso por una inclinada playa de hierba nos dejó junto a un enorme árbol que hizo de seguro para la bajada y de balconada para observar mejor sus posibilidades. La fuchaca parecía no tener fondo o como dicen por los pueblos:
“tiras una piedra y piérdese el sonido oh”, así que desplegamos una cuerda de escalada de once milímetros de grosor y setenta y cinco metros de larga… ¡Ahí los valientes!, sacamos el resto de material y nos dispusimos a montar el tinglao para el descenso. Voy a hacer un inciso para sacar a colación el tema de la ignorancia, y no lo pongo en mayúsculas, porque me da vergüenza. El material, así como las técnicas usadas para hacer espeleo difieren en muchos aspectos de la escalada, como comprobaríamos horas después al remontar por las cuerdas. Las cuerdas de escalada tienen cierta elasticidad para absorber las posibles caídas mientras que las estáticas empleadas en espeleo son más rígidas y no chiclean, por lo que para subir un metro de altura no es necesario dar 600 pedaladas… imaginad ahora una tirada de 50 metros volados subiendo por una goma…(¿Chungo verdad?) pero ya, ya llegaremos a eso. Asimismo, los aparatos específicos de ascensión por cuerda son esenciales, facilitan la progresión y evitan inútiles gastos de energía que por otro lado si producen los nudos de fortuna sobre la cuerda (y que tienen la puñetera manía de ajustarse durante estas monótonas maniobras hasta hacerte sudar sangre por cada centímetro ganado al pozo). En nuestro descargo diré que porteábamos algunas cuerdas estáticas, pero de menor metraje, y una moral a prueba de bombas.
Volviendo al tema, ahí estábamos nosotros, alegres, optimistas y confiados en la buena forma física que traíamos de las alturas, montando con gran celo la instalación para el primer resalte. Comenzamos la bajada y en breve lapso de tiempo el óvalo luminoso de la entrada fue alejándose más y más…… y más, mientras nos sumíamos en las tinieblas, hasta quedar del tamaño de un cacahuete, ¡Toma, 50 metros volados del primer saque! Aterrizamos sobre una pequeña sala de irregular pendiente, repleta de costeros caídos del cielo, nunca mejor dicho, y una pila de barro que no os podéis ni imaginar. Por supuesto, el barro fue nuestro inseparable compañero de fatigas el resto de la exploración sustituyendo al buen juicio que, astutamente, se había quedado arriba en cuanto vió el descomunal agujero. Para entonces no había más opciones de fuga que por donde entramos.
Descendimos hasta el final de esta primera sala y trepamos un pequeño muro que da pie a un volado pasillo. En el otro extremo, a unos 8/9 metros, parecía desfondarse un nuevo pozo, así que para alcanzar la cabecera de éste en condiciones, instalamos un pasamanos que nos permitiría cruzar asegurados el estrecho pasillo. Tuvimos que quitar un montón de arcilla de las paredes para alcanzar el sustrato fresco y poder meter dos anclajes fijos para esta tirada horizontal, lo que nos supuso un buen rato jugando a los topos. Momentos después superamos sin mayor problema este endeble paso y afrontamos el siguiente escoyo, un incómodo pozo por el que descendió Justo en primera instancia, con una cuerda de 20 metros, hasta alcanzar un cambio de dirección, donde tuvo que realizar un fraccionamiento. Sobre un anclaje natural fijó otra cuerda, liberó la anterior y me dió luz verde para empezar a bajar hasta donde él se encontraba. La mala fortuna se cebó con nosotros y la precaria pared de barro por la que tenía que pasar me la jugó soltando un respetable mogote de arcilla que, como no, fue a parar a la espalda del compi. ¡Menudo bombazo!, en cuanto nos reunimos me dijo que se le habían nublado los ojos y todo. Con el susto ya pasado, tomé el relevo y me tiré abajo otros 20 metros hasta terminar la cuerda, por lo que tuve que empalmar otra de 10 metros para poder llegar al final, en una pequeña sala más liberada del inmundo barro y atestada de cientos de caracolas por todos lados. Allí tirados, echamos un pito y descansamos un rato sopesando las opciones que se nos ofrecían a la vista. Un laminador muy estrecho parecía prolongarse en una dirección desconocida (no llevábamos brújula) pero era del todo imposible forzarlo dada su estrechez. En el lado opuesto, localizamos una ventana a unos tres metros por encima de nosotros. Desde allí se veía factible la continuación a través de una gatera cuyo desarrollo se perdía bruscamente, lo que nos imposibilitó una completa valoración. Para acceder a ella hubiéramos necesitado emplear técnicas de escalada artificial, algo totalmente irrealizable en ese momento por falta de anclajes y dada la carencia de buenos asideros en la pared. Una vez revisadas todas las posibilidades ofrecidas y en vista del negocio que aun nos quedaba para el retorno decidimos iniciar el penoso ascenso de los pozos, agonizando cada metro superado intentando mover los puñeteros nudos blocantes sobre las cuerdas. Alcanzamos la base del pozo principal más o menos enteros después de dejarnos unos cuantos jirones de piel y cargar con algún que otro morado, “solo” quedaba remontar por una cuerda elástica los 50 metritos primigenios, que a la postre nos parecieron 200, máxime cuando habíamos entrado a la cueva sin comida, ni agua, ni pilas, ni ná (como está de moda el tema del ahorro energético…pues toma ahorro). Debí de tardar como media hora o algo más en salir y eso que dejamos las sacas con el material abajo. Yo tendría que subirlas desde arriba para evitar cargar con más peso del necesario durante la remontada y después, volvería a soltar la cuerda para que Justo procediera al “gratificante” paseo hacia el mundo exterior. Cuando por fin me anclé al árbol tenía tal petadura en los brazos que no se me abrían ni las manos. Tuvo que ser Faru, desde afuera, el que remontara los petates, porque yo no daba más de sí. Otra media hora después escuchamos de cerca los mugidos de mi hermano bastante próximos a la salida y al momento, vislumbramos, lo que supuestamente era su cara fuera del pozo. Vaya espectáculo lamentable ofrecíamos, nunca llevamos tanta mierda encima, no se nos veía más que el blanco de los ojos, lo de alrededor era una masa jadeante e informe de tonos marrones.
Una vez recuperadas las energías, lo mínimo para caminar, regresamos al pueblo, casi de noche cerrada y comentamos los descubrimientos con los lugareños (impacientes por saber del oro gabacho) antes de pirarnos a por una más que merecida ducha. Desde aquel día decidimos divorciarnos de la ignorancia, cuando de estos menesteres se trata, aunque mantenemos una estrecha relación el resto del tiempo, no vaya a ser que nos descubran pensando.
Pero ¡Ostras!, que se me va la pinza… Bueno chicos, os dejo, que me empiezo a enfriar y todavía quedan veinte metros para llegar arriba… hala, una pedalada por mamá, ésta por papá, otra por una birra, venga, otra por más birra, una por…
_“¿Qué pasa contigo tortuga, tas a gusto ahí abajo eh?, pobritín, dormiste poco esta noche eh borracheres… ¡Venga, mueve el culo que me muero de fame, y deja de dar la chapa, que ni debajo el agua”!
_”Yaaa vooooy cari… y no me presiones, so bruto, que me inhibes”.
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